Para abordar este tema, lo primero que
quiero es invitarte a que cuando leas este artículo dejes al margen cualquier
tipo de interpretación romántica de la palabra y abras tu mente a una nueva
perspectiva, más profunda, constructiva y posibilista en las relaciones con las
personas que conforman tu día a día profesional. A partir de ahora, cuando
hablemos de amor y/o de amar, lo haremos teniendo en cuenta la definición que
hace Jorge Bucay en su libro “Cuentos Para Pensar” y que dice así: “Amor: La
desinteresada tarea de generar espacio para que el otro sea el que es” –y
añado- desde el pulcro respeto hacia uno mismo y el “legítimo otro”, todo ello
desde la madura responsabilidad, la sobria rectitud y los valores universales
por bandera.Una definición que se sustenta, entre otros, sobre dos grandes elementos clave como son la aceptación del otro y la generosidad personal para ser flexible y permitir y favorecer espacios que fomentan que esos “legítimos otros” se desenvuelvan sin miedos, algo que requiere de una gran capacidad de comprensión.
Estamos llamados, como jefes, directivos, compañeros o colegas profesionales a generar el espacio para que nuestros colaboradores puedan ser quiénes son y se atrevan a mostrar todas sus cualidades y todas sus posibilidades, tanto en lo que a habilidades y capacidades, como en lo que a aspectos de mejora individual y “sombras” se refiere, y ello -casi- sin esperar nada a cambio. Sólo cuando generemos dicho espacio, cualquiera de nosotros –profesionales todos- lograremos que otros compañeros o colegas se atrevan a mostrarse con lo que traen y, en dichos contextos, lejos de juzgar o ser juzgados y etiquetar o ser etiquetados, se sientan y nos sintamos respetados, y se atrevan y nos atrevamos todos a pedir ayuda para mejorar y seguir mostrando nuestros brillos.
Cuando amamos a nuestros compañeros y
les vemos como “legítimos otros”, y ellos nos ven y tratan de igual manera,
surge la admiración mutua que nos conduce a todos al aprendizaje continuado
desde el talento y la creatividad compartida. Es así cuando el equipo en el que
estamos integrados adquiere sentido de existencia y sus miembros encontramos un
espacio de crecimiento y verdadero desarrollo personal y profesional en la
organización, que está formada por personas que ofrecemos a otros integrantes
la reciprocidad de disfrutar el sentido de pertenencia.
Las personas que damos vida a las
empresas, debemos estar en permanente apoyo y respaldo del aprendizaje y
crecimiento de nuestros compañeros, algo que nos retornará como un generoso y
positivo boomerang tarde o temprano. Fomentar el desarrollo de nuestros colegas
para aprender con ellos y de ellos, se convierte entonces en una herramienta
clave de incremento de calidad con beneficio en lo profesional. Cuando yo
favorezco el crecimiento y desarrollo profundo de un compañero, otro favorecerá
mi crecimiento y mi desarrollo profundo y, con esta mejora recíproca entre
compañeros, generamos entre todos un bienestar que redunda en un ambiente de
trabajo positivo en el que todos rendimos más, haciendo de nuestras empresas
–esas que nos pagan las nóminas- organizaciones sanas, fuertes, competitivas e
innovadoras.
Esto tan apetecible y fácil de
comprender, queda pulverizado en la realidad por una variedad de
individualismos, “yoismos”, irresponsabilidades, inseguridades, egolatrías,
revanchas, resentimientos, envidias, celos, miedos, complejos, “no es mi
problema”, luchas de poder y codazos, todos ellos encaminados a conservar o
llegar antes que el de al lado a un “status” intangible considerado por todos
como “éxito”.
¿Es “éxito” lograr un objetivo
forzando tu equipo hasta el despido interior, liderándole desde la
incomprensión, la media-información, el apropiamiento de trabajo ajeno o la
actitud dominante y la imposición?, ¿es “éxito” zancadillear a compañeros con
quirúrgica sutilidad para lograr una medalla, evitar un despido o hacerse con
una promoción?, ¿es “éxito” boicotear un liderazgo sólo porque tenemos otro
punto de vista y fuimos ninguneados desde otro ego mayor que el nuestro en
algún momento de nuestro pasado? Para mí, esto, lejos de ser “éxito” es el más
estrepitoso de los fracasos, fruto del miedo; lo contrario al amor. Entiendo
que esto quedaría reducido a mínimos si la honestidad individual y la humildad
bien entendida –que pasa por reconocer y decir la verdad de uno mismo, tanto en
lo bueno como en lo menos bueno- la tuviéramos más interiorizada, nosotros, los
que trabajamos en las oficinas del mundo.
Cuando incorporemos en nuestras vidas
profesionales la capacidad de amar con sano y pulcro respeto hacia todos
nuestros compañeros, comulguemos con ellos o no, tomando conciencia de nuestras
perspectivas y comprendiendo las suyas –sin necesidad de compartirlas-, cuando
tomemos conciencia de que nuestras acciones y actitudes impactan en ellos (para
bien y para mal), cuando nos mostremos transparentes y honestos en la puesta en
juego de nuestras capacidades y habilidades, cuando asumamos la responsabilidad
individual de nuestras conductas y seamos limpios de intención en cada una de
las interrelaciones personales que tenemos, cuando nos mostremos ante los demás
sin dobleces ni manipulaciones o agendas ocultas, será cuando estaremos
“arreglando” de verdad el destrozo existente.
Es habitual que, ante la elección de
hacer el bien dentro del equipo contribuyendo a su fortalecimiento y fomentando
un espacio de desarrollo desde la individual ejemplaridad con nuestro amor por
los demás -en el que buscamos el bienestar emocional del otro- o exponernos a ser arrollados por frías
ambiciones y, por ello, entrar en defensa con ataques antes de que nada suceda
o de que cualquier amenaza llegue a ser real, tendemos a escoger la segunda
opción, logrando ambientes de trabajo tóxicos, bloqueantes y generadores de un
terrible desgaste emocional.
Lo grave, a mi juicio, es que esta
actitud y forma de desenvolvernos que desplegamos dentro de nuestros ámbitos de
trabajo, nos ha llevado al caos. ¿Qué quiero decir con esto? Pues que todos y
cada uno de nosotros somos responsables de “lo mal que está la cosa”. La
siguiente idea lo explica con claridad cristalina: Las personas fueron creadas
para ser amadas y las cosas fueron creadas para ser utilizadas, y sin embargo,
estamos amando las cosas (despacho, coche, bonus, beneficios sociales,
promociones, etc) y estamos utilizando a las personas (compañeros, jefes,
subordinados, colaboradores) para alcanzar nuestros “egoístas” objetivos. Lo
vergonzoso es que todos nos quejamos y muy pocos hacemos algo por modificarlo.
¡Menudo coste humano de no calidad humana!
Todos y cada uno de nosotros, nos
pasamos la vida racaneando nuestra capacidad de amar, y lo que hacemos es
contribuir a que “la cosa” empeore. Asume que cada uno de nosotros somos “cosa”
y juntos damos sentido de existencia a “la cosa” de la que tanto nos quejamos.
¡Tengámoslo presente, somos responsables de este caos!
El amor en el trabajo, se den las
circunstancias empresariales que se den y estemos en el contexto económico en
el que estemos, da igual, nos permite traer a la superficie y mostrar aspectos
de nosotros mismos que seguro sorprenden para bien a nuestros compañeros,
además de que genera en nosotros mismos un espacio individual desde el que
podemos responder a los acontecimientos de una forma más útil y valiosa para
todos, abriendo un nuevo camino hacia la mejora de “la cosa” –de la cual somos
miembros titulares-. La “cosa” va a mejorar cuando cada uno de nosotros mejore
en amor y actitud hacia los demás dentro del ámbito profesional. Desde ahí,
podremos exportarlo con satisfacción a nuestras casas, transportándolo debajo
de nuestra propia piel y desde ahí vertiéndola en nuestras familias y luego
desbordándolo a la sociedad de la que formamos parte y de la que tanto nos
quejamos. Ya basta de “dobles personalidades”, la del trabajo y la del ámbito
particular. Seamos honestos y coherentes con nosotros mismos y amémonos con
todo lo que traemos, lo bello y lo oscuro, y desde ahí, comencemos ya con
nuestros compañeros y equipos, los de la empresa, donde nos pasamos dos tercios
de nuestra vida.
Que yo sepa, las empresas que tienen
mejor clima laboral o tienen la vitola de “Best Place to Work” están formadas
por personas que aman y cuidan a sus compañeros desde la madurez de desempeñar
con amor las responsabilidades de su puesto de trabajo; están orgullosos de
“ser” de esa empresa, en vez de “tener” un trabajo en esa empresa.El amor del que hablo, va a entrar en las empresas cuando personas como tú y como yo nos decidamos a fomentarlo sin pausa y con cierta premura. Nadie lo va a hacer por ti y si esperas que otros comiencen primero para luego comenzar tú, confío en que esos otros no esperen lo mismo de ti, porque si no, apañados vamos.
Un abrazo.
P.S: Te recomiendo leer también: www.borjacoach.blogspot.com.es/2012/08/si-la-virtuosa-actitud-del-amor-cabe-en.html
1 comentario:
Buen post, Borja... El gran problema lo planteas al inicio... Sólo hay 2 sentimientos (de los que derivan todos los demás): el amor, y su contrario, el miedo. El primero es positivo y el segundo negativo. El primero construye y el segundo destruye... El problema es que es una palabra muy falsificada, sobada, y hay que aprenderla a utilizar con más normalidad. Felicidades. Salu2.
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