¿Podrías
ayudarme? –me preguntó-. Por supuesto, ¿qué necesitas? Hace cinco días que
duermo en la calle en los cajeros, ya me han dado una paliza y un extranjero
casi me raja con una botella rota. Me llamo Rubén Apellido Apellido. He estado
trabajando como autónomo hasta hace un año, pero las cosas se han puesto muy
cuesta arriba. Mi padre tiene Alzheimer, lo han desahuciado por impago de la
hipoteca y yo me he tenido que ir a la calle. Mis hermanas se están peleando
por la herencia de mi madre y además hoy no he comido.
En
sus ojos tristes había nobleza, su mirada era veraz, sujetaba la mía. Me
trataba de Ud. con un respeto exquisito. Este hombre sano, de unos 40 años,
rezumaba educación y la adversidad le ha golpeado.
En
cuanto acabe una reunión que tengo, salgo y a ver en qué puedo ayudarte –me
comprometo con él-. Espero que te vaya bien en la reunión –me dice-.
Una
hora más tarde y a la salida del hotel, le busco y hablo con Rubén. Me cuenta
algunos detalles más… y me pide que le ayude a localizar una pensión para
dormir tranquilo. Con el móvil en mano empezamos a buscar. Noto que se relaja.
No encontramos nada.
Espera
–le digo-, voy a entrar dentro a ver si con uno de los PC logro encontrar la pensión
que me dices. Después de un rato bastante largo, me doy por vencido. Me levanto
del punto de internet, y pregunto por el jefe de restaurante.
Buenas
tardes, ¿cómo te llamas? –le pregunto-. José Luis, me responde un poco
expectante. Sé que lo que te voy a pedir es atípico –continúo-, va contra la
normativa de los hoteles y os lo tienen prohibido. José Luis, me miraba como si
fuese un marciano. En pocas palabras le explico el encuentro con Rubén delante
de la puerta del hotel.
Te
pido por favor que con algo que os sobre en la cocina, me prepares un bocadillo
o similar para que este hombre pueda cenar hoy. No logro ayudarle con lo que me
pide y me gustaría al menos que tuviera algo qué llevarse a la boca. Si hace
falta que te lo pague, me lo dices y lo hago encantado –añado-.

Al
llegar a casa, le cuento a mi mujer lo sucedido. ¡Reina, hoy he visto cara a
cara a la adversidad… y también he conocido a la generosidad! Hoy tengo muchas
razones para dar gracias por todo lo que tenemos, por todo lo que hacemos y por
lo afortunados que somos pudiendo apoyarnos mutuamente en momentos de
adversidad.
Ahora
mismo y de corazón, sólo deseo que Rubén encuentre solución a su problema, que
José Luis sepa conservar su generosidad para ayudar a otras personas y que si
esto me vuelve a suceder, pueda ser más rápido de reflejos para aportar más y
mejor ayuda. Me he quedado a mitad de gas.
Hoy
he aprendido que cualquiera podemos necesitar ayuda; que un revés nos puede
llegar a cualquiera en cualquier momento; que una mirada directa, limpia y
noble vale mucho; que un gesto de generosidad alimenta dos sonrisas, la del que
da y la del que recibe; que ser humilde y natural da credibilidad; que la vida
está llena de situaciones que nos ponen a prueba, tanto por el lado de la
adversidad, como por el lado de la generosidad, y que debemos estar a la altura
de los valores que demandamos; que la gratitud es reconocer la generosidad del
otro… y que tenemos y podemos ofrecer mucho más de lo que ofrecemos.
Hoy
me he dado cuenta que puedo mejorar como persona. Gracias, Ruben. Gracias José
Luis.
Un abrazo.